domingo, 8 de febrero de 2015

Sin Alma

"Estaba oscuro.
En el bosque se respiraba un silencio inhumano. Yo corría sigiloso como un gato esquivando cualquier cosa que se topase en mi camino. 
Tenía hambre. Mucha.
Mi cuerpo me gritaba que corriera más deprisa, me instaba a que encontrara rápido una presa que saciara mi hambre.
Evoqué el recuerdo de una mujer. De alta estatura,  de curvas de infarto, de pelo liso.
Adjetivos muy inútiles para mí.  Recordé sus ojos verdes que me miraban reflejando su alma brillante.  
Ese era mi objetivo.  Un alma encerrada en uno de esos cuerpos humanos que tanto aborrecía yo. Recordé el cuerpo de la mujer caer sin vida al suelo. Sacudí la cabeza para sacar ese pensamiento de mi mente, estaba demasiado inquieto como para pensar en deliciosas almas y volverme loco pensando en ellas.
Una ráfaga otoñal me trajo un olor palpitante.
Mi cuerpo vibró rebosante de ganas y corrí en contra del viento, zigzagueando entre los árboles que se mecían tranquilos en la oscuridad. 
El silencio del bosque se tensó cuando apareció ante mis ojos la niña que estaba oliendo. 
De espaldas, estimé que tendría alrededor de ocho años,  era delgada y muy pequeña.  Tenía el pelo negro lleno de graciosos rizos.
La niña estaba en silencio,  agachada recogiendo flores. Llevaba un vestido blanco que dejaba al descubierto sus piernecitas inmaculadas. Era el mayor ejemplo de inocencia.
Anhelaba su alma pura y cristalina.
Me acerqué a ella todavía sigiloso deseando darle la vuelta de golpe para admirar el brillo de sus ojos antes de adueñarme de su alma. 
Con un movimiento rápido la giré ansioso y observé sus ojos del color de la miel.
Y entonces retrocedí asustado. Eran unos ojos terroríficos. Grandes,  pero carentes de brillo. La niña me miraba con una expresión seria, que a pesar del color dulce de sus ojos, estos eran como pozos sin fondo, como agujeros negros.
Temblaba de miedo pero estaba tan paralizado que no podía correr. La niña tampoco se movía. Se limitaba a estar ahí de pie sin hacer un solo movimiento. 
Jamás había visto unos ojos sin alma ¿Quién sería aquella criatura? ¿Qué sería? 
Al final ella retiró sus espeluznantes ojos de mí y yo me fui de allí velozmente.  Pero aún la oí hablar mientras me iba. 
-Adiós, demonio -dijo con voz angelical.
Y nunca he podido olvidar esos ojos sin alma. Casi no recuerdo su aspecto, su olor o su voz aguda, pero a lo largo de los años  esos ojos me han perseguido en mis peores pesadillas...

-Abuelo, he escuchado esa historia por lo menos un millón de veces -se quejó el chiquillo con voz cansina- No paras de contarla desde que tengo uso de razón.
-Eres un quejica -le dice- A tu hermano le encanta oír mi historia. 
-Henry tiene cuatro años -apuntó el niño- Cuando tenga mi edad ya veremos lo que opina de tu historia. 
-No seas desagradecido, intento darte una lección.
-Contarme cuentos no es darme una lección -replicó. 
-No es ningún cuento, niño,  es una historia real.
La tensión se palpaba en el salón. El hombre miraba dolido a su nieto,  el cual le devolvía la mirada levantando una ceja para dejar claro que no se creía ni una palabra.
-¿Crees que nunca he ido a cazar? -preguntó el pequeño levantándose de la alfombra- Un cuerpo humano no sobrevive sin alma, digas lo que digas tú,  y eso lo sabe hasta Henry.
-No voy a seguir perdiendo mi tiempo contigo, tengo demasiados años como para que un mocoso insolente me tome por mentiroso.
Se levantó también quedando a la altura de su nieto, tomó su garrote y echó a caminar a paso lento por el salón.
El niño se quedó mirando el fuego y se sentó en la alfombra otra vez. Observó las llamas crepitando y haciendo bailes sinuosos por la chimenea.
Una figura anaranjada por la luz del fuego entró al salón y se sentó a su lado, llenando la alfombra por una amplia falda de bordados.
-¿Qué has hecho para enfadar a tu abuelo de esa manera? -preguntó una voz aguda y muy dulce.
-Me ha intentado colar otra vez la historia de la niña sin alma, mamá -se quejó
Ella suspiró con paciencia.
-Tal vez deberías abrir un poco tu mente y no ser así con tu abuelo, ¿Sabes?  A mí también me contaba esa historia cuando era pequeña.
-¿Y le creías? 
-Yo no creo que viera una niña sin alma. Tal vez creyó verlo o tal vez lo soñó,  pero de lo que estoy segura es de que él cree verdaderamente que vivió todo eso. -Ella siguió hablando con su voz suave y atrayente- Por eso creo que no deberías ser así con él.
El niño se alejó de allí mientras pensaba en lo que le había dicho su madre. Tal vez debería disculparse con su abuelo."
Levanto la vista cansada de leer. Tengo un dolor de cabeza tremendo, y no me puedo creer que aun me queden tantas redacciones por corregir. vuelvo a bajar la cabeza y miro otra vez la historia de Rubén. "La niña sin alma" se titula. 
Menuda imaginación la de ese niño. Mira que meter una historia dentro de otra...
Es sábado por la noche y aquí estoy yo, como la profesora atareadísima que soy, corrigiendo redacciones de los alumnos de primero. Podría estar viendo una peli con mis amigos pero no, estoy leyendo cuentos que un abuelo le cuenta a su nieto para darle lecciones. Mucho mejor, donde va a parar. La verdad es que no entiendo como a un niño de doce años se le puede haber ocurrido meter una historia dentro de otra. Ahora que me paro a pensarlo, es un método curioso, podría seguir metiendo cajas hasta que me cansase. Quién sabe si ahora mismo una profesora en un lugar remoto, no estará corrigiendo una redacción sobre una profesora que está corrigiendo una redacción sobre una profesora que está corrigiendo una redacción...
Sacudo la cabeza, provocando que me duela más. Estoy demasiado cansada para seguir con esto. Dejo la historia de Rubén en la mesa y miro mi cama.
Creo que es demasiado tarde para pensar en cajas chinas, asique apago la luz y me envuelvo en mis sábanas.