La primera vez que la vi, no me llamó la atención. Estábamos en
una fiesta que organizó un amigo mío, en la que varios pintores acudieron a
exponer sus cuadros.
Ella iba con un grupo de gente. Llevaba el pelo rubio suelto
resbalándole a lo largo de la espalda. Se había puesto un vestido sin mangas y
muy corto, que dejaba a la vista sus blancas piernas, que acababan en unos pies
calzados en altísimos tacones de color negro brillante. Sus ojos celestes
estaban maquillados con varias capas de rímel y sombras, y los labios carmesí
estaban fruncidos mientras sus compañeros le hablaban.
Aquella primera vez recuerdo que pensé que parecía superficial y
tópica.
-Se llama Miriam y es una pintora manchega –me susurró mi amigo
Sergio, al darse cuenta de que la miraba– Dicen que es muy estrambótica.
Yo me encogí de hombros. La verdad es que no me parecía
especialmente rara. No fue hasta un tiempo después cuando me di cuenta de lo
fascinante que es.
La siguiente vez que la vi fue en la plaza que hay bajo mi casa.
Me sorprendió verla allí con un pantalón de chándal y una camisa que le quedaba
cuatro tallas más grandes, pintando un cuadro muy concentrada.
La gente que pasaba la observaba con curiosidad, pero nadie se
paraba a mirarla. Yo me quedé allí quieta.
El cuadro que pintaba no estaba en un caballete sino posado en
suelo. Era muy grande, con un fondo pintado de amarillo y silueta de las calles
de una ciudad. Sobre ello había figuras humanas cortadas o enteras formando
cauces de color azul.
Cuando estuve un rato observándola, me acerqué más,
completamente intrigada, ya que no le encontraba un sentido claro a su cuadro.
-¿Qué es? –pregunté una vez que la curiosidad me pudo.
Ella sonrió sin girarse y sin dejar de pintar.
-La radiografía de una mandíbula.
Me quedé sorprendida, mirando el cuadro sin poder creerlo y
antes de poder contestar o decir nada, ella me habló enigmática, sin llegar a
mirarme en ningún momento.
-Cuánto más cerca estés, y más creas ver, menos verás en
realidad. Es todo cuestión de perspectiva.
Me dejó tan confundida que me alejé sin hablar ni despedirme,
aunque lo cierto es que es tampoco había
saludado al llegar. Mientras caminaba, pensé en lo que me acababa de decir, y
me giré para volver a ver su cuadro desde ese lado de la plaza. Tan lejos no
podía apreciar las figuras humanas, ni la silueta tenue del pueblo. Solo
parecían líneas azules sobre un fondo amarillo.
Entorné los ojos, sin poder creérmelo.
Las líneas azules tenían forma de mandíbula.
Así fue como me di cuenta de lo especial que era Miriam. Desde
entonces la observo atentamente, y la
verdad es que he aprendido mucho sobre su forma de ver el mundo, y también
sobre el arte.
Siempre que empiezo a pensar que ya la voy conociendo, me
sorprende de una manera diferente. Me he llegado a plantear que es tan peculiar
que nunca llegaré a predecir que hará a continuación.
-Mark Twain decía que las personas somos como la luna. Que
siempre tenemos un lado oscuro que no enseñamos a nadie. –me dice a veces– Yo intento reflejar eso, el lado que los
demás no ven.
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